Powered By Blogger

sábado, agosto 05, 2006

"JUGUETE CÓMICO"


JUGUETE CÓMICO
(EN UN ACTO)





ANTON CHEJOV


PERSONAJES


ANDREI ANDREEVICH SCHIPUCHIN-
Director de la banca Sociedad Mutual de Crédito de N... Hombre relativamente joven y con monóculo.

TATIANA ALEKSEEVNA
-Su mujer: de veinticinco años.


KUSMA NIKOLAEVICH JIRIN –
Contable en el Banco. Un viejo.

NASTASIA FEDOROVNA MERCHUTKINA-
Vieja vestida con un salop.

Los directivos del Banco.

Los empleados del mismo.



La acción tiene lugar en el local de la Mutual de Crédito, de N
























Acto único



Despacho del director. A la izquierda, una puerta abre sobre las salas de empleados. Hay dos mesas de escritorio. En el aderezo de la estancia se aprecian pretensiones a un lujo refinado: muebles tapizados de terciopelo, flores, estatuas, alfombras, teléfono... Es el mediodía. En la escena, y calzado con unos «valenkii» (está solo JIRIN

JIRIN.-(A gritos, y asomando la cabeza por la puerta.) ¡Diga que compren en la farmacia quince «kopeikas» de gotas de valeriana y que traigan también al despacho del director agua fresca!... ¡Hay que decírselo cien veces!
(Yendo hacia la mesa.)
¡Estoy rendido completamente!... ¡Ya son tres días y tres noches las que llevo escribiendo, y sin pegar los ojos!... ¡La mañana y la tarde me las paso aquí, escribe que te escribe, y la noche, tosiendo en casa!... (Tose.) ¡Y ahora, por añadidura, siento todo el cuerpo congestionado!...
¡Tengo temblor..., calor..., tos..., dolor de piernas y como unas chispas en los ojos!... (Se sienta.) Nuestro director..., ese granuja..., ese pamplinoso..., se dispone a leer hoy en la junta la Memoria de este título: «Nuestro Banco en el presente y en el porvenir»... ¡Vaya Gambetta que está hecho!... Dos...,uno..., uno..., seis..., cero..., siete... ¡Lo que quiere... (seis..., cero..., uno..., seis...) es echar polvo a los ojos mientras yo tengo que estarme aquí sentado, trabajando para él como un presidiario!... ¡En su
Memoria no hace más que poesía..., y yo mientras..., que le lleve el diablo, trabaja que te trabaja en el ábaco!... (Haciendo chasquear este.) ¡No le puedo sufrir!... (Escribiendo.)
¿Entonces era?... uno..., tres..., siete..., dos..., uno..., cero... Prometió recompensarme por mi trabajo... Prometió que si hoy transcurría todo bien y lograba embaucar al público, me daría un dije de oro y trescientos rublos en metálico... Veremos si es verdad...
(Escribe.)
Eso sí..., si resulta que he estado trabajando en balde..., no te enfades, hermano, entonces... Soy un hombre colérico, y cuando me acaloro..., sería capaz de llegar hasta el crimen... ¡Sí!... (De detrás del escenario llega el sonido de unos aplausos Y un ligero barullo.)

LA VOZ DE SCHIPUCHIN.-«¡Gracias! ¡Muchas gracias! ¡Estoy emocionado!»...
(Entra SCHIPUCHIN. Viene vestido de frack y corbata blanca, y sostiene entre las manos el álbum que acaba de serle ofrecido.)

SCHIPUCHIN.(Deteniéndose en el umbral y dirigiéndose a la sala de empleados.)¡Este obsequio suyo, queridos subordinados, será conservado por mí hasta la misma muerte y constituirá el recuerdo de los días más felices de mi vida!... ¡Sí..., muy señores míos!... ¡Una vez más les doy las gracias!
(Envía un beso ante sí y se vuelve hacia JIRIN.)
¡Mi querido..., mi apreciadísimo
Kusma Nikolaevich!... (Durante el tiempo que permanece en el escenario, entran, de cuando en cuando, empleados con papeles para la firma.)

JIRIN.(Levantándose.) Tengo el honor de felicitarle, Andrei Andreevich, en el decimoquinto aniversario de la fundación de nuestro Banco y de desearle...

SCHIPUCHIN.-
(Estrechándole fuertemente la mano.)
¡Gracias, querido mío...¡Gracias!... ¡En un día tan célebre como el de hoy, en el día del aniversario, creo que podemos besarnos!
(Se besan.)
¡Estoy muy, muy contento! ¡Gracias por su trabajo! ¡Gracias por todo! ¡Por todo!... ¡Si mientras tuve el honor de ocupar la dirección de este Banco hice algo útil, se lo debo, principalmente, a mis compañeros!... ¡Sí!... ¡Son quince años! ¡Quince años!...
(En tono vivo.)
Y mi Memoria..., ¿qué tal va? ¿Sigue adelantando?

JIRIN.-Sí. Solo faltan ya unas cinco páginas.

SCHIPUCHIN.¡Magnífico! ¿Estará, entonces, preparada a eso de las tres?...

JIRIN.-Si no viene nadie a molestar, la terminaré, en efecto. Lo que queda es ya una insignificancia.

SCHIPUCHIN.-¡Magnífico! ¡Magnífico!... ¡La junta es a las cuatro, así que, por favor, querido!... ¿A ver?... Déme la primera mitad, que voy a repasarla...Démela pronto... En esta Memoria tengo puestas grandes esperanzas.
(Cogiéndola.)
Es mi «professión de foi» o, mejor dicho, «mis fuegos artificiales»...
(Se sienta y empieza a leer para sí.)
A todo esto, me siento terriblemente cansado. Anoche me dio un ataque de gota, y después tuve que pasarme toda
la mañana de aquí para allá, ocupado en una porción de cosas. Luego, el nerviosismo..., las ovaciones..., la agitación... ¡Estoy fatigado!

JIRIN.-Dos..., cero..., cero..., tres..., nueve..., dos..., cero... Esta cantidad de cifras me nubla los ojos. Tres..., uno..., seis..., cuatro..., uno..., cinco...
(Hace chasquear el ábaco.)

SCHIPUCHIN.- ¡También otra contrariedad!...
Hoy por la mañana vino a verme su señora y volvió a quejarse de usted... Me dijo que ayer, anochecido, estuvo usted persiguiendo a ella y a su cuñada con un cuchillo... ¡Kusma Nikolaich! ¡Esto ya es demasiado!

JIRIN.- (En tono severo.)
Me atrevo, Andrei Andreich, teniendo en cuenta el aniversario, a dirigirme a usted con un ruego. Le pido, aunque solos en atención a mi trabajo de presidiario, que no se mezcle en mi vida familiar. ¡Se lo ruego!

SCHIPUCHIN.- (Suspirando.)
¡Qué carácter tan insoportable el suyo, Kusma Nikolaich!... ¡Es usted una persona excelente..., respetable..., pero con las mujeres se comporta usted como un «Jack»!... ¡Es verdad!... ¡No comprendo por qué les tiene usted ese odio!...

JIRIN.- ¡Y yo no comprendo por qué usted las quiere tanto!
(Pausa.)

SCHIPUCHIN.-Los empleados acaban de obsequiarme con un álbum, y la directiva del Banco, según he oído decir, piensa ofrecerme un pergamino y un jarrón de plata... (Jugando con el monóculo.)
No está mal... No está de más... Para el prestigio del Banco, qué diablo, es necesaria cierta pompa... Aquí es usted uno de los nuestros, y es natural que lo sepa todo... Este pergamino ha sido compuesto por mí..., como igualmente he sido yo quien compró el
jarrón de plata... También la encuadernación del pergamino costó cuarenta y cinco rublos; pero, sin embargo, son cosas de las que no se puede prescindir... A ellos solos no se les hubiera ocurrido. (Mirando a su alrededor.) Pues ¿y el aderezo de este despacho?... Todos dicen que soy mezquino..., que me basta con que reluzcan las cerraduras de las puertas, con que los empleados lleven corbatas a la moda y con que a la entrada haya un portero gordo... ¡Pues no, señores míos!... ¡Ni el brillo de las cerraduras de las puertas ni el portero gordo son pequeñeces!... En mi casa puedo ser un modesto burgués. Comer y dormir como los cerdos, emborracharme...



JIRIN.-Le ruego suprima las indirectas.

SCHIPUCHIN.-No estoy diciendo ninguna indirecta... ¡Qué carácter más insoportable tiene usted!... Pues, como le iba diciendo...; en mi casa puedo ser un modesto burgués y obedecer a mis costumbres, pero aquí todo tiene que ser «en grande»... ¡Esto es un Banco!... ¡Aquí el menor detalle tiene que imponer!... ¡Que tener, digamos, un aspecto solemne!
(Recogiendo del suelo un papelito y tirándolo a la chimenea.)
Mi mérito está, precisamente, en haber elevado a gran altura el prestigio del Banco... El «tono» es asunto de suma importancia.
(Examinando a JIRIN)
¡Querido mío!... ¡De un momento a otro puede presentarse aquí la Comisión de Directivos, y usted ahí, con los «valenkii» puestos, esa bufanda y esa americana de no se sabe qué color!... ¡Podía haberse vestido de frac o, por lo menos, llevar una levita negra!

JIRIN.-Para mí la salud es más preciosa que todos sus dirigentes bancarios. Tengo el cuerpo congestionado.

SCHIPUCHIN.- (Agitado.) Pero ¡convenga usted en que introduce usted un desorden!
¡En que altera usted el conjunto!

JIRIN.-Si viene la Comisión, puedo esconderme... ¡Valiente cosa!
(Escribiendo.)
Siete..., uno..., siete..., dos..., uno.., cinco..., cero. Tampoco a mí me gusta el desorden... Siete..., dos..., nueve... (Haciendo chasquear el ábaco.) ¡Aborrezco el desorden!... ¡Qué bien haría usted no invitando al banquete de hoy a las señoras!

SCHIPUCHIN.- ¡Qué tonterías!

JIRIN.-Ya sé que para que resulte más «chic», llenará usted de ellas el salón... Pero ¡cuidado!... ¡Podrían estropearlo todo!... De ellas no puede esperarse más que daño y desorden.

SCHIPUCHIN.- ¡Todo lo contrario!... La presencia de las mujeres eleva el espíritu.

JIRIN.-¡Sí!, ¿eh?... Su esposa es una mujer instruida y, sin embargo, el lunes pasado dijo una cosa que me tuvo perplejo dos días... De pronto, y en presencia de extraños, pregunta: «¿Es verdad que mi marido compró muchas de las acciones del Banco Driajsko-Priajskii, que bajaron en la Bolsa?... ¡Mi marido..., ay..., está tan preocupado!»... Y todo delante de extraños... No comprendo por qué se confía usted tanto de ella... ¿Quiere ir a parar a los tribunales?

SCHIPUCHIN.-¡Bueno, basta ya!... ¡Todo eso en un día de aniversario es demasiado sombrío!... A propósito... Me lo ha recordado usted. (Consultando el reloj.) Mi cónyuge está para llegar. En realidad, debería haber ido a la estación a esperarla, pobrecilla; pero no tengo tiempo, y me encuentro cansado. A decir verdad, no me pone muy contento su venida. Quiero decir... Me alegro, sí, de que venga; pero me sería más agradable que se hubiera quedado con su madre un par de días más. Me exigirá que pase con ella esta tarde, cuando hoy, precisamente, teníamos organizada, para después de comer, una pequeña excursión. (Estremeciéndose.) ¡Vaya!... ¡Ya me empieza el temblor nervioso!... ¡Tengo los nervios en tal tensión que diríase les basta la menor tontería para echarse a llorar!... ¡No!... ¡Hay que ser fuerte! (Entra

TATIANA ALEKSEEVNA cubierta con un «waterproof» y llevando un saquillo de viaje colgado al hombro.) ¡Mira! ¡Si antes lo digo, antes aparece!

TATIANA ALEKSEEVNA-¡Querido! (Corre hacia su esposo. Largo beso.)

SCHIPUCHIN.-Estábamos, precisamente, hablando de ti. (Consulta el reloj.)

TATIANA ALEKSEEVNA.-(Con el aliento entrecortado.) ¿Triste sin mí? ¿Bien de salud? Yo todavía no he estado en casa. Me he venido aquí directamente de la estación. ¡Tengo muchas, muchas cosas que contarte! ¡No tengo paciencia para esperar!... No me quito nada, porque vengo sólo por un minuto.
(A JIRIN.)
¡Buenos días, Kusma Nikolaich! (A su marido.) ¿Y por casa? ¿Va todo bien?

SCHIPUCHIN.-Todo. En esta semana has engordado... Te has puesto más guapa.
Bueno, ¿y qué tal viaje has hecho?

TATIANA ALEKSEEVNA. Magnífico. Mamá y Katia te mandan recuerdos... Vasilii
Andreich me encargó te diera un beso... (Le besa.) La tía te envía un tarro de mermelada..., y todos están enfadados porque no les escribes. También Sina me encargó que te diera un beso. (Vuelve a besarle.) ¡Ay, si supieras lo que ha pasado!... ¡Lo que ha pasado!... ¡Hasta me da miedo contártelo!...
¡Ay, lo que ha pasado!... Pero ¡bueno, veo por tus ojos que no te alegra verme!...

SCHIPUCHIN.- ¡Todo lo contrario, querida!
(La besa. JIRIN. Tose con enfado.)

TATIANA ALEKSEEVNA.- (Suspirando.)
¡Ah!... ¡Pobre Katia!... ¡Pobre Katia!...¡Me da tanta lástima!... ¡Tanta lástima!...

SCHIPUCHIN.-Hoy, querida, celebramos aquí el aniversario... La Comisión de la Directiva va a entrar de un momento a otro, y tú estás sin vestir...

TATIANA ALEKSEEVNA.-¡Es verdad!... ¡El aniversario!... Les felicito, señores... Les deseo... ¿Entonces hoy habrá junta... y comida?... ¡Eso me gusta!...
¿Y aquella maravillosa Memoria..., recuerdas..., que tardaste tanto en escribir para la Directiva del Banco?... ¿Van a leértela hoy?
(JIRIN tose con enfado.)

SCHIPUCHIN.-(Azarado.) ¡Querida! ¡De eso no hay que hablar!... ¿Verdad?...
¿No sería mejor que te fueras a casa?

TATIANA ALEKSEEVNA. Ahora mismo. Ahora mismo... En un momento te lo cuento todo y me marcho... Te lo contaré todo desde el principio hasta el fin.
Pues verás... Recordarás que cuando me acompañaste me senté junto a aquella señora gorda y me puse a leer... No me gusta entablar conversaciones en el departamento del tren... Ya llevábamos pasadas tres estaciones, y yo seguía leyendo sin haber cruzado una palabra con nadie... Sin embargo, al llegar el anochecer, empezaron a dar vueltas en mi cabeza unos pensamientos ¡tan sombríos!... Frente a mí iba sentado un muchacho de bastante buen aspecto... Un moreno bastante guapo... El caso es que nos pusimos a charlar...; después se nos acercó un marino..., luego un estudiante... Yo les dije que no estaba casada..., ¡y qué galantería la de todos ellos!... Estuvimos charla que te charla hasta la misma medianoche... El moreno contaba unos chistes graciosísimos, y el marino se pasó todo el tiempo cantando... De tanto como reí, llegó a dolerme el pecho... Y cuando el marino se enteró, casualmente... (¡ay esos marinos!), de que me llamaba Tatiana...,,sabes lo que empezó a cantarme?...
(Canturreando con voz de bajo.)
« ¡Oneguin, no voy a ocultarlo!... ¡Amo locamente a Tatiana!» .
(Ríe. JIRIN tose con enfado.)

SCHIPUCHIN.-Con todo esto, Taniuscha, estamos molestando a Kusma Nikolaich. Vete a casa, querida.. Más tarde...

TATIANA ALEKSEEVNA.-¡Qué más da! ¡Qué más da!... ¡Que lo oiga él también! ¡Es muy interesante! ¡Ahora mismo acabo!... Pues verás... En la estación, donde había ido a esperarme Serioja, estaba también un muchacho..., parece ser que un inspector... Bastante bien..., guapito... Sobre todo, con bonitos ojos... Serioja me lo presentó y salimos juntos los tres. El tiempo era espléndido...

UNAS VOCES DETRÁS DEL ESCENARIO.- «¡No se puede! ¡No se puede!... ¿Qué desea usted?»...
(Entra MERCHUTKINA.)

MERCHUTKINA.-(En el umbral de la puerta y forcejeando con alguien.) ¿Por qué me sujetáis?... ¡Vaya!... ¡Tengo que hablarle hoy mismo!...
(Entrando y dirigiéndose a SCHIPUCHIN.)
¿Tengo el honor, excelencia?... Nastasia Fedorovna Merchutkina..., esposa del Secretario Regional.

SCHIPUCHIN.- ¿En qué puedo servirla?


MERCHUTKINA. Verá usted, excelencia. Mi marido, el Secretario Regional, Merchutkin, está hace cinco meses enfermo... Pues bien, mientras estaba en casa, siguiendo un tratamiento, le retiraron, sin motivo alguno... Y cuando yo, excelencia, fui a cobrar su sueldo, van ellos y me descuentan veinticuatro rubios con treinta y seis «kopeikas»... ¿Por qué razón?, me pregunto yo. ¡Porque cogía de la caja colectiva, me contestaron, y eran los demás compañeros los que tenían que responder por él!... ¿Y cómo puede ser eso?... ¿Cómo iba él a coger nada sin mi consentimiento?... ¡Eso es imposible, excelencia!... ¡Soy una pobre mujer! ¡No como más que de lo que saco con mis huéspedes!... ¡Soy débil! ¡Estoy indefensa! ¡No recibo más que ofensas, y no oigo una buena palabra de nadie!

SCHIPUCHIN.- ¿Me permite? (Coge la solicitud y, siempre de pie, la recorre con los ojos.)

TATIANA ALEKSEEVNA.-(A JIRIN.) Pero que tengo que contarlo desde el principio.
La semana pasada recibo un buen día carta de mamá... En ella me dice que un tal Grendilevskii ha pedido la mano de mi hermana Katia... Parece ser que se trata de un muchacho excelente, modesto, pero carente de medios económicos y sin situación definida... Para mayor desdicha, figúrese que también Katia se había enamorado de él... ¿Qué hacer en un caso así?...
Por eso me escribía mamá..., para que yo, sin pérdida de tiempo, viniera aquí a influir sobre Katia...

JIRIN.- (En tono severo.)
Perdone, pero me ha hecho confundirme... ¡Mamá..., Katia!... ¡Me ha hecho confundirme y ya no comprendo nada!

TATIANA ALEKSEEVNA-¡Pues sí que importa la cosa! ¡Cuando una señora le habla, debe usted escucharla!... ¿Por qué tiene hoy tan mal humor? ¿Está usted enamorado? (Ríe.)

SCHIPUCHIN.-(A MERCHUTKINA.) Pero ¿qué es todo esto?... No entiendo en absoluto.

TATIANA ALEKSEEVNA.¿Conque está usted enamorado?... ¡Ah..., ya se le ha subido el pavo!

SCHIPUCHIN.-(A su mujer.) ¡Taniuscha! ¡Querida!... ¡Sal un momento al pasillo! En seguida voy.

TATIANA ALEKSEEVNA.-¡Bueno!... (Sale.)

SCHIPUCHIN.-No entiendo nada de esto... Usted, señora, viene aquí equivocada...Esta solicitud, por lo que se deduce de su contenido, no nos corresponde a nosotros. Tenga la bondad de dirigirse a la institución donde trabajaba su marido.

MERCHUTKINA.-Mire, padrecito... He ido ya a cinco sitios y en ninguno me la han querido siquiera aceptar. Tenía ya perdida la cabeza cuando Boris Matveich, mi yerno, me aconsejó que viniera a verle a usted... «Tiene usted, mamaíta -me dijo- que dirigirse al señor Schipuchin. Es una persona de mucha influencia y podrá arreglárselo todo...» ¡Ayúdeme, excelencia!

SCHIPUCHIN.-Nosotros, señora Merchutkina, no podemos hacer nada por usted. ¡Compréndalo!... Su marido, por lo que he podido deducir, trabajaba en una institución médico-militar..., mientras que la nuestra es de carácter particular..., comercial... Esto es un Banco... ¿Cómo va, a ser posible que no lo comprenda?

MERCHUTKINA.-Excelencia... Tengo un certificado del médico que demuestra que mi marido estaba enfermo. Aquí lo tiene. Sírvase leerlo.

SCHIPUCHIN-(Ligeramente irritado.)
Magnífico... Lo creo, pero le repito que este asunto no tiene la menor relación con nosotros. (Tras el escenario resuena la risa de


TATIANA ALEKSEEVNA; luego, otra masculina. Con una ojeada a la puerta.) ¡Ya está ahí molestando a los empleados!
(A MERCHUTKINA.)
¡Resulta extraño y hasta ridículo! ¿Será posible que su marido no sepa a quien tiene que dirigirse?

MERCHUTKINA.¡Él no sabe nada, excelencia!... No hace más que decirme: «
¡Estas cosas a ti no te importan! ¡Largo de aquí!...» Y se acabó...

SCHIPUCHIN.-Le repito, señora, que su marido estaba empleado en una institución médico-militar..., y que esto es un Banco..., una empresa privada..., comercial...

MERCHUTKINA.-No digo que no...; no digo que no... Le comprendo, padrecito...Pero ¡en ese caso, excelencia, mande que me paguen por lo menos quince rublos!... ¡Me conformo con no cobrarlo todo de una vez!
SCHIPUCHIN.-(Suspirando)
¡Of!...
JIRIN.-Andrei Andreich... Así no terminaré nunca la Memoria.

SCHIPUCHIN.-Ahora mismo.
(A MERCHUTKINA.)
¡Es imposible hacerle a usted comprender!... ¡Entienda de una vez que dirigirse a nosotros con una solicitud de ese género es tan impropio como, por ejemplo, presentar una demanda de divorcio en una farmacia!
(Se oyen unos golpecitos en la puerta, y después la voz de TATIANA ALEKSEEVNA diciendo: «¿Se puede entrar?»... SCHIPUCHIN alza la voz.) ¡Espera, querida!... ¡Ahora mismo!... (A MERCHUTKINA.)
A usted, señora, no le han pagado, pero nosotros celebramos hoy aquí un aniversario y estamos ocupados... De un momento a otro puede entrar alguien...

MERCHUTKINA.-¡Tenga compasión de mí, pobre huérfana!... ¡Excelencia!... ¡Soy una mujer débil..., indefensa!... ¡Me faltan las fuerzas!... ¡Todo lo tengo que hacer yo!... ¡Los juicios con los huéspedes, los asuntos de mi marido y de mi casa..., y ahora, para colmo, mi yerno está sin trabajo!

SCHIPUCHIN.-Señora Merchutkina... ¡Yo!... No, perdón... ¡No puedo seguir hablando con usted!... ¡Hasta la cabeza me da vueltas!... ¡Nos molesta usted y pierde el tiempo en balde!...
(Aparte y suspirando.) ¡Vaya zoquete!...
(A JIRIN.)
¡Kusma Nikolaich! ¡Explíqueselo, por favor, a la señora Merchutkina!...
(Hace un gesto de impaciencia y entra en la sala de empleados.)

JIRIN.-(En tono severo.) ¿Qué se le ofrece?

MERCHUTKINA.-¡Soy una mujer débil..., indefensa!... ¡Quizá parezca fuerte, pero, si se me mira detenidamente, se verá que no hay en mí un tendoncito sano! Apenas si me sostienen los pies. ¡He perdido el apetito! ¡Hoy me he bebido el café sin pizca de ganas!


JIRIN.-Le estoy preguntando que qué se le ofrece, señora.

MERCHUTKINA-¡Mande, padrecito, que me paguen quince rublos!... ¡El resto, si quieren, pueden dármelo aunque sea dentro de un mes!

JIRIN.-Ya se le ha dicho a usted con toda claridad que esto es un Banco.

MERCHUTKINA.-Así será... Así será... Pero, si es necesario, puedo presentar un certificado del médico.

JIRIN.- ¿Eso que lleva usted sobre los hombros, es una cabeza o qué?

MERCHUTKINA.-
¡Lo que yo le pido, querido, es conforme a la ley!... ¡No quiero nada de nadie!

JIRIN.-Yo le pregunto: «Madame»..., ¿eso que lleva usted sobre los hombros, es o no es una cabeza?... ¡Qué diablos! ¡No tengo el tiempo para perderlo hablando con usted! ¡Estoy ocupado!
(Señalando a la puerta.)
¡Tenga la bondad!...

MERCHUTKINA.-(Asombrada.)
Y del dinero..., ¿qué?

JIRIN.- ¡En una palabra: que lo que lleva sobre los hombros no es una cabeza, sino... (Dando con el dedo unos golpecitos en la mesa y llevándoselo después a la frente) esto!

MERCHUTKINA.-
(Ofendida.)
¿Cómo?... ¡Vaya!... ¡Eso se lo haces, si quieres,
a tu mujer!... ¡Yo soy la esposa de un Secretario Regional..., conque cuidado conmigo!...

JIRIN.- (Acalorándose y con voz contenida.)
¡Fuera de aquí!

MERCHUTKINA- ¡Ojo! ¡Mira bien lo que haces!

JIRIN.- (Con voz estrangulada.) ¡Si no sales en este mismo instante, mandaré llamar al portero!... ¡Fuera!.. (Patalea.)

MIRCHUTKINA.-¡Nada, nada!... ¿Crees, acaso, que te tengo miedo?... ¡Valiente mamarracho!

JIRIN.-¡Me parece no haber conocido en toda la vida ser más repugnante!...
¡Uf!... ¡Si hasta se me ha subido la sangre a la cabeza!...
(Con respiración fatigosa.) ¡Otra vez te lo digo!... ¿Me oyes?... ¡Si no te marchas de aquí, vieja chocha..., te haré polvo!... ¡Tengo tal carácter, que podría llegar a dejarte inválida para toda la vida!... ¡Podría cometer un crimen!
MERCHUTKINA.¡Se te va la fuerza por la boca! ¡No te tengo miedo!... ¡Así que no he visto a otros como tú!

JIRIN.-(Con desesperación.) ¡No puedo soportar su presencia!... ¡Me encuentro mal!... ¡No puedo!... (Dirigiéndose a la mesa, se sienta ante ella.) ¡Han dejado que el Banco se llenara de mujeres y ya no hay manera de escribir la Memoria!... ¡Me es imposible!...

MERCHUTKINA.-¡No pido nada que no me pertenezca!... ¡Lo que pido es mío según la ley!... ¡Valiente desvergonzado!... ¡Estar dentro de una oficina y con los «valenkii» puestos!... ¡Mujik!... (Entran

SCHIPUCHIN y TATIANA ALEKSEEVNA.)

TATIANA ALEKSEEVNA.-(Que viene siguiendo a su marido.)
Fuimos a la fiesta de Berejnitzkii... Katia llevaba un vestido de «foulard» azul celeste, adornado de encaje fino y con el cuellecito descubierto. Le sentaba muy bien el peinado alto que yo misma le hice. ¡Después de peinada y de vestida, estaba hecha un encanto!...

SCHIPUCHIN.(Ya con jaqueca.) ¡Sí, sí!... ¡Un encanto!... ¡Pueden entrar, de un momento a otro!...
MERCHUTKINA.-¡Excelencia!...

SCHIPUCHIN.-
(Con voz apagada.)
¿Qué hay? ¿Qué desea?

MERCHUTKINA.-¡Excelencia! (Señalando a JIRIN con el dedo.) ¡A ese que se pegaba
en la frente y daba luego en la mesa, le había mandado usted que arreglara mi asunto y lo que hace es burlarse de mí!... ¡Soy una mujer débil..., indefensa!...

SCHIPUCHIN.-¡Bien, señora!... ¡Yo lo resolveré!... ¡Haré las gestiones necesarias; pero váyase! ¡Después!...
(Aparte.)
Siento venir el ataque de gota.

JIRIN.-(Acercándose a SCHIPUCHIN y bajando la voz.)
Andrei Andreich... Mande a buscar al portero y que la eche. ¡Es ya inaguantable!

SCHIPUCHIN.-(Asustado.)
¡No, no!...¡Se pondrá a chillar, y esta casa tiene muchos pisos!

MERCHUTKINA.- ¡Excelencia!

JIRIN.-(Con voz llorosa.)
Pero ¡yo tengo que escribir la Memoria! ¡No me quedará tiempo!
(Volviendo a la mesa.)
¡No puedo más!

MERCHUTKINA.-¡Excelencia!... ¿Cuándo voy a cobrar entonces el dinero?... ¡Lo necesito hoy!

SCHIPUCHIN.- (Indignado.)
¡Qué mujer más vil!
(A ella en tono suave.)
Señora... ¡Ya le he dicho que esto es un Banco..., una institución de carácter privado..., comercial!...

MERCHUTKINA.-¡Hágame la merced, excelencia!... ¡Sea un padre para mí!... ¡Si no basta el certificado médico, puedo darle también el de la comisaría!... ¡Mande que me paguen el dinero!

SCHIPUCHIN.-(Con un fatigoso suspiro.)
¡Uf!
TATIANA ALEKSEEVNA.-
(A MERCHUTKINA.)
¡Abuela!... ¡Le están diciendo que molesta!... ¡Qué especial es usted!

MERCHUTKINA.- ¡Bonita mía! ¡No tengo a nadie que pueda ayudarme en mis gestiones!... ¡Lo de que como y bebo es solo un decir!... ¡Hoy me he bebido el café sin
pizca de ganas!

SCHIPUCHIN-(Agotado, a MERCHUTKINA.)
¿Cuánto quiere usted que le den?

MERCHUTKINA.-Veinticuatro rublos con treinta y seis «kopeikas».

SCHIPUCHIN.-Bien...
(Sacando veinticinco rublos de la cartera y entregándoselos.)
Aquí tiene usted veinticinco... ¡Cójalos y márchese!
(JIRIN tose, enfadado.)

MERCHUTKINA.-¡Tantas gracias, excelencia! (Se guarda el dinero.)

TATIANA ALEKSEEVNA.(Sentándose junto a su marido.) A todo esto, ya es hora de que me vaya a casa. (Mirando el reloj.) Sólo que todavía no he terminado. Acabo en un momento y me voy... ¡Ay, lo que pasó!... ¡Lo que pasó!... Fuimos, como te decía, a la fiesta de Berenjnitzkii... Estaba bastante bien..., animada..., aunque nada de particular. Naturalmente, uno de los presentes era Grendilevskii, el suspirante de Katia... Pues bien..., yo ya había hablado con ella, habíamos llorado juntas y la había convencido, por lo que, precisamente, en esa fiesta habló con Grendilevskii y le rechazó... Pero, ¡imagínate!... ¡Piensa!... ¡Todo se había arreglado lo mejor posible!...
Tranquilizada mamá y salvada Katia, yo también podía estar tranquila..., pero, ¿qué crees?... Momentos antes de la cena, cuando me paseaba con Katia por la alameda..., de pronto... (Excitándose), oímos un tiro... ¡No!... ¡No puedo hablar de esto con sangre fría!... (Abanicándose con el pañuelo.) ¡No..., no puedo!...

SCHIPUCHIN.-(Suspirando.) ¡Uf!

TATIANA ALEKSEEVNA.-(Llorando.) ¡Corremos hacia el cenador y allí..., allí..., encontramos al pobre Grendilevskii, tendido en el suelo y con una pistola en la mano!...
SCHIPUCHIN.-¡No!... ¡No lo puedo soportar!
(A MERCHUTKINA.) ¿Qué más quiere usted?

MERCHUTKINA.-¿No sería posible, excelencia, que usted gestionase el que mi marido ingresara otra vez en su trabajo?

TATIANA ALEKSEEVNA.-(Llorando.) ¡Se había disparado justamente al corazón!
¡Aquí!... ¡El pobre cayó al suelo sin conocimiento!... ¡Katia se asustó muchísimo!... ¡Estaba allí tendido y pidiendo que llamaran al médico!... Éste vino pronto y salvó al infeliz...

MERCHUTKINA.- ¡Excelencia!... ¿Podrá mi marido volver a ocupar su puesto?

SCHIPUCHIN.-¡No!... ¡No lo podré soportar!...
(Llorando.)
¡No lo podré soportar!
(Tendiendo los brazos a JIRIN con gesto desesperado.) ¡Échela de aquí! ¡Échela..., se lo suplico!

JIRIN.-(Avanzando hacia TATIANA ALEKSEEVNA.)
¡Fuera!

SCHIPUCHIN.- ¡No!... ¡A esa no!... ¡A esta!... ¡A esta horrible mujer!
(Señalando a MERCHUTKINA.)
¡A esta!

JIRIN.-(Sin comprender, a TATIANA ALEKSEEVNA.) ¡Fuera de aquí!

TATIANA ALEKSEEVNA.-¿Cómo?... Pero ¿qué le pasa? ¿Se ha vuelto usted loco?

SCHIPUCHIN.-¡Esto es terrible! ¡Soy un desgraciado!... ¡Échela! ¡Échela!

JIRIN.-(A TATIANA ALEKSEEVNA.)
¡Resultarás tullida! ¡Te haré trizas! ¡Cometeré un crimen!

TATIANA ALEKSEEVNA.-
(Corriendo a escapar del alcance de JIRIN, que la persigue.)
¿Cómo se atreve?... ¡Qué frescura!... (Gritando.) ¡Andrei! ¡Sálvame! ¡Andrei!...
(Lanza un chillido.)

SCHIPUCHIN.- (Corriendo a su vez tras ellos.) ¡Paren! ¡Se lo suplico! ¡Silencio! ¡Tengan compasión de mí!

JIRIN.- (Emprendiéndola contra MERCHUTKINA.) ¡Fuera de aquí! ¡Cogedla! ¡Sacudidla!

SCHIPUCHIN.- (Gritando.)
¡Basta ya! ¡Se lo ruego! ¡Se lo suplico!


MERCHUTKINA.- ¡Ay de mí! ¡Socorro! (Lanza un chillido.)

TATIANA ALEKSEEVNA.-(Gritando.)
¡Auxilio! ¡Auxilio!... ¡Ay!... ¡Me desmayo!
(De un salto se sube a una silla, cayendo luego en el diván, donde permanece gimiendo, como víctima de un desvanecimiento.)

JIRIN.-(Persiguiendo a MERCHUTKINA.) ¡Pegadla! Zurradla!...

MERCHUTKINA.¡Ay de mí!... ¡Se me nubla la vista!... ¡Ay!...
(Cae en brazos de SCHIPUCHIN. Se oyen unos golpecitos dados contra la puerta y una voz que, detrás del escenario, anuncia: « ¡La Comisión!»)

SCHIPUCHIN.- ¡La Comisión!... ¡La reputación!... ¡La ocupación!...

JIRIN.-(Pataleando.)
¡Diablos! ¡Fuera de aquí! (Remangándose.) ¡Que me la traigan! ¡Soy capaz de llegar al crimen! (Entra en la estancia la Comisión, compuesta por cinco individuos, todos vestidos de frac. Uno de ellos sostiene en las manos un pergamino encuadernado en terciopelo y otro un jarrón. Por la puerta de la sala inmediata asoman los empleados.

TATIANA ALEKSEEVNA está echada sobre el diván.

MERCHUTKINA descansa en los brazos de SCHIPUCHIN. Ambas exhalan ligeros gemidos.)

UNO DE LOS DIRECTIVOS.-(Comenzando a leer en voz alta.)
«¡Estimado y querido Andrei Andreevich!... ¡Echando una ojeada retrospectiva sobre el pasado de nuestra empresa financiera y recorriendo con la mente la historia de su paulatino desarrollo, recogemos una impresión sumamente satisfactoria!... ¡Cierto que en sus primeros tiempos de existencia, la modesta cuantía de su capital básico, la carencia de operaciones de importancia y lo indeterminado también de sus fines..., ponían sobre el tapete la interrogación de «Hamlet»...«Ser o no ser»!... ¡Hubo un tiempo, inclusive, en el que se alzaron voces en pro del cierre del Banco!... ¡He aquí, sin embargo, que viene usted a colocarse a la cabeza de la empresa!... ¡Sus conocimientos, su energía y su peculiar tacto fueron para ella causa de éxito extraordinario y de raro florecimiento!... ¡La reputación del Banco!... (Tosiendo.) ¡La reputación del Banco!...

MERCHUTKINA.(Entre gemidos.)
¡Ay!...

TATIANA ALEKSEEVNA- ¡Agua!

EL DIRECTIVO- (Prosiguiendo la lectura.)
«¡La reputación!...
(Tosiendo.)
¡La reputación del Banco ha sido elevada por usted a tal altura, que hoy en día nuestra empresa está en condiciones de competir con las mejores del extranjero!...»

SCHIPUCHIN- La comisión... La reputación... La ocupación... «Una vez...sostenían dos amigos, andando al anochecer, muy seria conversación»...« ¡No digas que está mi juventud perdida!... ¡Deshecha por mis celos!»...

EL DIRECTIVO.(Prosiguiendo, azarado.)
¡Después!... ¡Fijando en el presente una mirada objetiva..., nosotros..., estimado y querido Andrei Andreevich!...
(Con voz que se apaga.)
En ese caso..., volveremos más tarde... Mejor será que volvamos más tarde...
(Salen todos, presas de azoramiento. Telón.)

*****

"EXAGERÓ LA NOTA"

Antón Chejov
Exageró la Nota

La finca a la cual se dirigía para efectuar el deslinde distaba unos treinta o cuarenta kilómetros, que el agrimensor Gleb Smirnov Gravrilovich tenía que recorrer a caballo. Se había apeado en la estación de Gñilushki.
(Si el cochero está sobrio y los caballos son de buena pasta, pueden calcularse unos treinta kilómetros; pero si el cochero se ha tomado cuatro copas y los caballos están fatigados, ha que calcular unos cincuenta.)
- Oiga señor gendarme, ¿podría decirme dónde puedo encontrar caballos de posta? -le preguntó el agrimensor al gendarme de servicio en la estación.
- ¿Cómo dice? ¿Caballos de posta? Aquí no hay un perro decente en cien kilómetros a la redonda. ¿Cómo quiere que haya caballos? ¿Tiene usted que ir muy lejos?
- A la finca del general Jojotov, en Devkino.
-Intente en el patio, al otro lado de la estación -dijo el gendarme, bostezando-. A veces hay campesinos que admiten pasajeros.
El agrimensor dio un suspiro y, malhumorado, pasó al otro lado de la estación. Tras muchas discusiones y regateos, se puso de acuerdo con un campesino alto y recio, de rostro sombrío, picado de viruelas, embutido en un chaquetón roto y calzado con unas botas de abedul.
- Vaya un carro -gruñó el agrimensor al subir al destartalado vehículo-. No se sabe dónde está la parte delantera ni la parte trasera...
- Nada más fácil -replicó el campesino-. Donde el caballo tiene la cola es la parte de adelante y donde está sentado su señoría es la parte de atrás.
El caballo era joven, aunque muy flaco, abierto de patas y de orejas caídas. Cuando el campesino, alzándose sobre su asiento lo azotó con el látigo, el caballo se limitó a sacudir la cabeza; al segundo azote, acompañado de una blasfemia, el carro rechinó y empezó a temblar como si tuviera fiebre. Después del tercer azote, el carro se tambaleó; después del cuarto, se puso en marcha.
- ¿Crees que llegaremos a ese paso? -preguntó el agrimensor, dolorido por las fuertes sacudidas y maravillado de la habilidad que muestran los carreteros rusos para combinar la marcha a paso de tortuga con sacudidas capaces de arrancarle a uno el alma del cuerpo.
- ¡Desde luego! -respondió el carretero, en tono tranquilizador-. El caballo es joven y animoso... Cuando se pone en marcha, no hay modo de detenerlo. ¡Arre-e-e, maldi-i-i-to!
Cuando el carro salió del patio de la estación empezaba a oscurecer. A la derecha del agrimensor se extendía una llanura interminable, oscura y helada. Probablemente conducía al lugar donde Cristo dio las tres voces... En el horizonte, donde la llanura se confundía con el cielo, se extinguía perezosamente el frío crepúsculo de aquella tarde otoñal. A la izquierda del camino, en la oscuridad, se divisaban unos montones que lo mismo podían ser pilas de heno del año anterior que casas rurales. El agrimensor no veía lo que había delante, pues en aquella dirección su campo visual quedaba tapado por la ancha espalda del carretero. La calma era absoluta. El frío, intensísimo. Helaba.
"¡Qué parajes más solitarios! -pensaba el agrimensor, mientras trataba de taparse las orejas con el cuello del abrigo-. Ni un solo árbol, ni una sola casa... Si por desgracia te asaltan, nadie se entera de ello, aunque dispares un cañonazo. Y el cochero no tiene un aspecto muy tranquilizador que digamos... ¡Vaya espaldas! Un tipo así te pega un trompazo y sacas el hígado por la boca. Y su cara es de lo más sospechosa..."
- Oye, amigo - le preguntó al cochero -. ¿Cómo te llamas?
- ¿A mí me hablas? Me llamo Klim.
- Dime, Klim, ¿qué tal andan las cosas por aquí? ¿No hay peligro? ¿No hay quienes hagan bromas pesadas?
- No, gracias a Dios. ¿Quién va a gastar bromas en un lugar como éste?
- Me alegro de que no tengan esas aficiones. Pero, por si acaso, voy armado con tres revólveres - mintió el agrimensor -. Y, con un revólver en la mano, el que quiera buscarme las pulgas está arreglado: puedo enfrentarme con diez bandidos, ¿sabes?
La oscuridad era cada vez más intensa. De pronto el carro emitió un quejido, rechinó, tembló y dobló hacia la izquierda, como si lo hiciera de mala gana.
"¿A dónde me lleva este sinvergüenza? - pensó el agrimensor -. Íbamos en línea recta y ahora, de repente, tuerce hacia la izquierda. Sabe Dios... quizás a alguna cueva de bandoleros... y... no sería el primer caso..."
- Escucha - le dijo al campesino -. ¿De veras no son peligrosos estos parajes? ¡Qué lástima! Con lo que a mí me gusta verme las caras con los bandidos... Aquí donde me ves, con mi aspecto flaco y enfermizo, tengo la fuerza de un toro... En cierta ocasión me atacaron unos bandidos. Pues bien, le sacudí a uno de tal modo, que ahí quedó, ¿entiendes? Y los otros, gracias a mí, fueron enviados a Siberia condenados a trabajos forzados. Ni yo mismo sé de dónde saco tanta fuerza... Tomo con una mano a un hombrón como tú... y lo volteo.
Klim miró de reojo al agrimensor, parpadeó y arreó al caballo.
- Sí, amigo - continuó el agrimensor -. Pobre del que se meta conmigo. Le arranco los brazos, las piernas y de postre, el bandido tiene que vérselas luego con los tribunales. Todos los jefes de policía y todos los jueces me conocen. Soy un funcionario del Estado, un personaje... La Superioridad sabe que hago este viaje... y está pendiente de que nadie se meta conmigo. A lo largo del camino, detrás de los arbustos, hay soldados apostados y gendarmes apostados. ¡Para! ¡Para! - bramó súbitamente -. ¿Dónde te has metido? ¿Adónde me llevas?
- ¿No tiene usted ojos? ¡Al bosque!
"Es cierto, al bosque - pensó el agrimensor -. ¡Me había asustado! Pero no me conviene que este hombre se dé cuenta de mi preocupación... Ya ha notado que tengo miedo. ¿Por qué se vuelve a mirarme tantas veces? Seguro que está tramando algo... Antes avanzaba a paso de tortuga y ahora vuela."
- Oye, Klim, ¿por qué arreas de ese modo al caballo?
- No le he dicho nada. Se ha puesto a galopar por iniciativa suya. Cuando echa a correr, no hay modo de detenerlo... Con esas patas que tiene...
- ¡Mientes, amigo! ¡Mientes! Y te aconsejo que no corras tanto. Frena un poco al caballo. ¿Me oyes? ¡Frénalo!
- ¿Por qué?
- Porque... porque detrás de mí debían salir otros cuatro camaradas de la estación. Tienen que alcanzarnos... Prometieron alcanzarme en este bosque... El viaje será más entretenido con ellos... Son gente sana, fuerte... los cuatro llevan pistola... ¿Por qué te vuelves tantas veces y te agitas como si tuvieras agujas en el asiento? ¿Eh? ¡Cuidado, amigo! ¿Tengo monos en la cara? Lo único que tengo interesante son mis revólveres... Espera, voy a sacarlos y te los enseñaré... Espera...
El agrimensor fingió rebuscar en sus bolsillos; pero en aquel instante sucedió lo que nunca se hubiera imaginado, a pesar de toda su cobardía; de repente, Klim se lanzó fuera del carro y se dirigió a cuatro patas hacia la espesura del bosque lindante.
- ¡Socorro! - empezó a gritar -. ¡Socorro! ¡Llévate el caballo y la carreta, maldito, pero no me condenes el alma! ¡Socorro!
Se oyeron pasos veloces que se alejaban, crujidos de ramas al quebrarse, y luego reinó el silencio. Lo primero que hizo el agrimensor, que se esperaba aquella salida, fue detener el caballo. Luego se acomodó lo mejor que pudo en el carro y empezó a pensar.
"El muy imbécil ha huido, se ha asustado... Bueno, ¿y qué hago yo ahora? No puedo seguir adelante, porque no conozco el camino, y, además, podrían creer que he robado el caballo... ¿Qué hago?"
- ¡Klim! ¡Klim!
- ¡Klim! -le respondió el eco.
La simple idea de tener que pasar la noche en aquel oscuro bosque, al aire libre, sin más compañía que los aullidos de los lobos, el eco y los relinchos del caballo le ponían la carne de gallina.
- ¡Klimito! - empezó a gritar -. ¡Querido! ¿Dónde estás, Klimt?
El agrimensor se pasó unas dos horas gritando, y ya se había quedado ronco, se había hecho ya a la idea de pasar la noche en el bosque, cuando una débil ráfaga de viento llevó hasta sus oídos un lamento.
-¡Klim! ¿Eres tú, querido? ¡Acércate!
- ¿No... no me matarás?
- Sólo he querido gastarte una broma, querido. ¡Te lo juro! ¡No llevo ningún revólver, créeme! ¡Te he mentido por miedo! ¡Vámonos, por favor! ¡Me estoy helando!
Klim comprendió que si el agrimensor hubiera sido un bandido, como había temido, se habría marchado con el caballo y el carro sin esperar a más. Salió de su escondrijo y se dirigió hacia el vehículo con paso vacilante.
- ¡Vamos! - exclamó el agrimensor -. ¡Sube! Te he gastado una broma inocente y te has asustado como un niño.
- ¡Dios te perdone! - gruñó Klimt, subiendo a la carreta -. Si llego a imaginármelo, no te hubiera llevado ni por cien rublos de plata. Por poco me muero de miedo...
Klim azotó el caballo. El carro tembló. Klim azotó al animal por segunda vez y el vehículo se tambaleó. Después del cuarto azote, cuando el carro se puso en marcha, el agrimensor se tapó las orejas con el cuello del abrigo y se quedó pensativo. Ni el camino ni Klim le parecían ya peligrosos.

"UN DUELO":ANTON CHEJOV


UN DUELO

ANTON CHEJOV

(Comedia en un acto)

PERSONAJES


ELENA IVANOVNA POPOVA: viuda de un terrateniente, joven, bella.

GREGORIO STEPANOVICH SMIRNOV: un terrateniente, de unos cuarenta, años.

LUCAS: un criado viejo.


La escena representa un salón en la casa de campo de la señora Popova.



Escena primera

(ELENA, de riguroso luto, contempla la fotografía de su marido y suspira.
LUCAS le habla desde el umbral de la puerta.)



LUCAS. -Señora, se está usted matando. No sea exagerada. Ha llegado la primavera, todo el mundo está alegre y se pasea por el campo y por el bosque. Sólo usted permanece encerrada en casa como en un convento. ¡Hace yo no sé el tiempo que no sale usted!

ELENA. -¡Y no saldré ya nunca! ¿Para qué? Mi vida se ha acabado. Él yace en la tumba, y yo voy a encerrarme entre las cuatro paredes de esta casa. Hemos muerto los dos.

LUCAS. -¡No diga usted eso! Si el señor ha muerto, tal ha sido la voluntad de Dios. Harto ha llorado usted, no va a llorar toda la vida. Es usted joven, casi no ha empezado aún a vivir... Es un crimen matarse así. Ha olvidado usted a sus amigos, a sus vecinos; no recibe a nadie... Esta casa parece una cárcel. En la ciudad, desde hace poco, hay un regimiento... Muchos de los oficiales son jóvenes y guapos como querubines... Los oficiales dan bailes... Y usted, mientras tanto, tan joven, tan hermosa... La hermosura es un don del cielo y hay que aprovecharla... Pasarán los años, y cuando quiera usted gustarles a los señores oficiales, será ya demasiado tarde...

ELENA. (Con violencia.)-¡Basta! ¡No vuelvas a hablarme de esas cosas! Desde la muerte de mi marido, la vida ha perdido para mí todo encanto. He jurado no quitarme el luto jamás y aislarme por completo del mundo. ¿Lo oyes? Su memoria será siempre sagrada para mí. Es verdad que a veces era injusto conmigo, hasta cruel...; que solía engañarme con otras; pero yo le seré fiel mientras viva. Desde el otro mundo verá que su esposa guarda celosamente el honor de su nombre...

LUCAS. -No creo que desde tan lejos... Señora, permítame que se lo diga: todo eso son fantasías. En vez de llorar y suspirar, debía usted dar un paseíto. Voy a decir que enganchen a Tobi...

ELENA. -¡Qué pena, Dios mío! (Llora.)

LUCAS. -¡Señora! ¿Qué le pasa?

ELENA. -¡Quería tanto a Tobi!... Era su caballo favorito. ¡Y qué bien lo guiaba! ¿Te acuerdas? ¡Pobrecito Tobi! Di que le aumenten el pienso. (Se oye un fuerte campanillazo.)

ELENA. (Estremeciéndose.)-¿Quién será? Ya sabes que no recibo a nadie.

LUCAS. -Bien. (Sale.)

ELENA. (Dirigiéndose a la fotografía.)-Verás, Nicolás, cómo sé amar... y perdonar. Mi amor no se apagará sino con mi vida, sino cuando mi corazón cese de latir. (Riendo al través de las lágrimas.) ¿No te da vergüenza, granuja? Yo me entierro entre cuatro paredes y te soy fiel, mientras que tú... me hacías traición, me dejabas sola semanas enteras... ¡Infame, infame!

LUCAS. (Entrando, desasosegado.)-Señora, un caballero pregunta por usted... Insiste...

ELENA. -¿Pero no te he dicho que no recibo a nadie?

LUCAS. -No me hace caso. Dice que es para un negocio muy urgente.

ELENA. -¡No re-ci-bo!

LUCAS. -No es un hombre, es una fiera. Casi me ha pegado. Se ha metido en el comedor.

ELENA. -¡Dios mío, qué mala crianza! Dile que pase. (Lucas sale.) ¿Qué querrá de mí? ¿Por qué turbará mi reposo? (Suspira.) No tengo más remedio que irme a un convento... (Pensativa.) Sí, a un convento...



Escena segunda

(ELENA, LUCAS y SMIRNOV.)

SMIRNOV. (Entrando, a LUCAS.)-¡Imbécil, borrico! ¡Si te atreves a decir una palabras más te rompo la cabeza! ¡Bribón! (Volviéndose a ELENA.) Señora, tengo el honor de presentarme: Gregorio Stepanovich Smirnov, antiguo oficial de artillería, labrador. Me veo forzado a molestar a usted para un asunto muy grave.

ELENA. (Sin tenderle la mano.)-¿En qué puedo servirle a usted?

SMIRNOV. -Su difunto marido, a quien tuve el honor de tratar, me debía mil doscientos rublos. Tengo pagarés suyos. Mañana he de abonar ciertos intereses al Banco, y le suplico a usted que me satisfaga esos mil doscientos rublos.

ELENA. -¿Mil doscientos rublos? ¿Y de qué debía a usted mi marido ese dinero?

SMIRNOV. -Me compró avena.

ELENA. (Suspirando, a LUCAS.)-No se te olvide que le den a Tobi más pienso. (A

SMIRNOV.) Si mi marido le debe a usted ese dinero se lo pagaré a usted, desde luego; pero, perdóneme, hoy no me es posible. Pasado mañana volverá de la ciudad mi administrador y le daré orden de que le pague a usted. Hoy no puedo. Además, hoy hace siete meses justos de la muerte de mi marido, y estoy de un humor que me impide atender a asuntos de dinero.

SMIRNOV. -Pues yo estoy aún de peor humor. Si mañana no pago me embargan. Me revientan, ¿comprende usted?

ELENA. -Pasado mañana recibirá usted su dinero.

SMIRNOV. -¡Lo necesito hoy, no pasado mañana!

ELENA. -Hoy no puedo pagarle a usted.

SMIRNOV. -Y yo no puedo esperar hasta pasado mañana.

ELENA. -Pero ¿no le digo a usted que no tengo dinero?

SMIRNOV. -¿Así es que no me pagará usted?

ELENA. -No.

SMIRNOV. -¿Es esa su última palabra?

ELENA. -Sí, mi última palabra.

SMIRNOV. -¿Definitivamente?

ELENA. -Definitivamente.

SMIRNOV. -¡Está bien! (Se encoge de hombros.) ¡Y aun se extrañan de que uno tenga los nervios de punta! ¡Vive Dios, si esto es para volverse loco, no ya para ponerse nervioso! Desde ayer mañana ando de ceca en meca por todo el distrito, buscando dinero. ¡He visitado a todos mis deudores, he llamado a todas las puertas, y nada! ¡Estoy rendido, casi sin comer, dado a todos los diablos! Llego aquí, tras un viaje de kilómetros, a pedir lo que se me debe, y en vez de pagarme, me dicen que no están de humor. ¡Esto ya es demasiado!

ELENA. -Ya le he dicho a usted que pasado mañana vendrá mi administrador...

SMIRNOV. -¡Pero con quien yo he de entenderme es con usted y no con su administrador! ¿Para qué demonios necesito yo a su administrador?

ELENA. -Perdón, caballero. No estoy acostumbrada a ese lenguaje ni a ese tono. No le escucho a usted más. (Sale rápidamente.)

SMIRNOV. -¡Tiene gracia! ¡Que el diablo se lleve a todas las mujeres con su maldito humor! ¡Hace siete meses de la muerte de su marido! ¿Y a mí qué? ¿Tengo que pagarle al Banco, o no? ¡Ah, señora mía, no estoy dispuesto a permitir que se me tome el pelo! Su marido de usted se ha muerto; usted está de un humor poético, soñador; pero a mí me tiene sin cuidado, me importa un comino. ¿Qué quiere usted que haga? ¿Que huya en aeroplano de mis acreedores? ¿Que me estrelle contra una pared? ¿Que me tire al río? ¡No, señora, no! ¡No soy tan bestia! Estoy hasta la coronilla. Llego a casa de un deudor, y ha salido; corro a casa de otro, y se esconde; el tercero me arma camorra; el cuarto tiene colerina; el quinto está borracho, y a esta viudita me la encuentro de un humor melancólico... ¡y ni un solo bribón me quiere pagar! ¡Ah, no, no puedo permitir que se me tome el pelo! ¡Hasta que me paguen no salgo de aquí! ¡Brrr..., la ira me ahoga! ¡Me va a dar una congestión! (Gritando desde la puerta.) ¡Muchacho!

LUCAS. (Entra, pintado el terror en los ojos.)-¿Qué manda el señor?

SMIRNOV. -Tráeme un vaso de agua... o, mejor, de sidra. ¡Y pronto, galopín! (LUCAS sale a toda prisa.) ¡Pero qué deliciosa lógica! Me amenaza la ruina, estoy desesperado, y esta criatura poética me manifiesta que está de un humor que le impide atender a asuntos de dinero. ¡Lógica de mujer! ¡Ah, las mujeres! ¡Qué lástima que Dios las haya dotado de la palabra! ¡Como hablan, se atreven a razonar! Esta viudita, por ejemplo, para mirada está muy bien, es guapa, graciosa, delicada; pero para oída... En cuanto empieza a hablar, dan ganas de huir a otro hemisferio. Por eso he evitado yo siempre hablar con mujeres. ¡Prefiero sentarme en un barril de dinamita!... ¡Esta criatura poética me ha sacado de quicio! ¡Endiabladas mujeres! Solo verlas de lejos me pone carne de gallina...

LUCAS. (Entrando con un vaso de agua.)-La señora está indispuesta y no recibe.

SMIRNOV. -¿Cómo? ¡Imbécil! No me importa que no reciba. No saldré de aquí mientras no me pague hasta el último céntimo. Estaré aquí semanas, meses, años, si es necesario. ¡No permitiré que se me tome el pelo! ¡A mí con humores melancólicos, con lutos y suspiros! (Se acerca a la ventana y grita) ¡Antón, desengancha! Vamos a estar aquí mucho tiempo. Di que les den avena a los caballos, ¡y bastante! (Vuelve al centro de la estancia.) No me siento bien... No he dormido en toda la noche, y esta mujercita, con su humor poético, ha hecho que se me suba la sangre a la cabeza. Acaso una copa de vodka... (Grita.) ¡Muchacho!

LUCAS. -¿Qué manda el señor?

SMIRNOV. -Tráeme una copita de vodka... ¡y date prisa! (LUCAS sale.) ¡Dios mío, qué cansado estoy! (Se mira al espejo.) ¡Y qué guapo! Cubierto de polvo, con las botas sucias, con la cara no mucho más limpia que las botas, con briznas de paja en la cabeza... Debo de haberle parecido un bandido a la viudita esta. (Bosteza.) No es muy correcto presentarse así en un salón; pero me tiene sin cuidado... No he venido aquí como galán, sino como acreedor. Puede pensar de mí lo que le dé la gana; me es com-ple-ta-men-te i-gual...
LUCAS. (Entra con una copa de vodka en una bandeja.) Permítame el señor que le diga que no tiene derecho...

SMIRNOV. -¿Qué?

LUCAS. -Nada... quería solamente...

SMIRNOV. -¿Te atreves a hablarme, idiota?... Si vuelves a abrir la boca...
(LUCAS, balbuceando, se retira.)

SMIRNOV. -¡Viejo imbécil! ¡Bribón! ¡Granuja! ¡Canalla! ¡Se atreve a hablarme! ¡Me ahoga la ira! Si me ciego, le rompo la crisma a quien se me ponga por delante. (Bebe. Luego grita. :) ¡Muchacho, otra copa!



Escena tercera
(SMIRNOV y ELENA.)

ELENA. -Caballero, en mi soledad, hace mucho tiempo que he perdido la costumbre de oír la voz humana, y no puedo sufrir que se grite. Le ruego a usted que no turbe mi calma, que respete el dolor de una viuda desconsolada.

SMIRNOV. -¡Págueme usted lo que me debe, y me voy!

ELENA. -Ya se lo he dicho a usted: ahora no puedo pagarle. Espere hasta pasado mañana.

SMIRNOV. -Yo también se lo he dicho a usted: ¡Necesito el dinero hoy y no pasado mañana! Si no me paga usted hoy, mañana tendré que suicidarme, lo cual quizá la regocije a usted, pero a mí no me hace maldita la gracia.

ELENA. -Pero ¿qué quiere usted que yo haga, si no tengo dinero? ¡Qué testarudez!

SMIRNOV. -Así es que, decididamente, no me paga usted hoy...

ELENA. -No puedo.

SMIRNOV. -Muy bien. No me muevo de aquí hasta que me pague usted. (Se sienta.) ¿No me paga usted hasta pasado mañana? Pues yo, hasta pasado mañana, estaré sentado en este sillón. (Levantándose bruscamente.) Dígame usted: ¿tengo que pagarle al Banco o no?

ELENA. -Señor, le ruego que no grite. ¡No está usted en una cuadra!

SMIRNOV. -Le hablo del Banco y ella me habla de la cuadra. ¡La lógica de las mujeres!

ELENA. -¡No sabe usted tratar con señoras!

SMIRNOV. -¡Qué he de saber! Es muy difícil. Prefiero encontrarme ante la boca de un cañón a encontrarme ante una mujer.
ELENA. -¡Es usted un mal educado, un grosero! Ninguna persona correcta se permitiría hablar en ese tono a una señora.

SMIRNOV. -¿Cómo demonios quiere usted que le hable? ¿En francés, ceceando? (Fuera de sí, empieza a cecear en francés.) Madame, je vous prie... permettez moi... avec le plus grand respect... Me es tan grato, señora, que no quiera usted pagarme mi dinero... Perdóneme que la haya molestado... Hace un día hermosísimo, ¿verdad, señora?... ¡El luto le sienta a usted muy bien, señora! Es usted encantadora, señora... (Saluda irónicamente.) ¿Es así como he de hablarle a usted?

ELENA. -¡Qué grosería y qué estupidez!

SMIRNOV. -¡Caramba! (Imitándola.) ¡Qué grosería y qué estupidez! ¡Me ha matado usted! ¿Qué hago yo ahora? (Cambiando de tono.) Se engaña usted, señora, si piensa que no sé tratar con mujeres. He conocido en mi vida más mujeres que gorriones ha visto usted, señora. He tenido tres duelos por mujeres; doce mujeres han sido abandonadas por mí; yo, a mi vez, he sido abandonado por nueve mujeres. ¡Gracias a Dios, no ignoro lo que es una mujer! ¡Sí, señora! Yo, en otro tiempo, era romántico, galante, enamorado; suspiraba, sufría, me pasaba noches enteras mirando a la Luna, como un idiota; recitaba versos amorosos, dedicaba sonetos a criaturas poéticas. Hablaba furiosa, apasionadamente; hablaba como un imbécil de la emancipación de la mujer; derrochaba mi patrimonio a los pies de ángeles con faldas; en fin, era el más imbécil de los idiotas. ¡Y ya no quiero más, gracias! ¡Ya no caeré más en el lazo tendido por manos poéticas! He pagado demasiado cara la experiencia. Los ojos negros, los labios de púrpura, los quedos coloquios de amor, las declaraciones a la luz de la Luna, son cosas ahora para mí por las que no daría ni un céntimo. No me refiero a las presentes; pero todas las mujeres, sin excepción, son coquetas, embusteras, maldicientes, vanas, ligeras, mezquinas, malignas, ambiciosas, egoístas. Su lógica es disparatada, y en cuanto a cacumen, el último de los gorriones está por encima de cualquier filósofa con faldas. Por fuera son todas ustedes criaturas encantadoras: tules, encajes, mil primores, mil atractivos, semidiosas; pero si miramos su alma, criaturas divinas, la de un cocodrilo no nos parecerá peor. (Aprieta con ambas manos rudamente el respaldo de la silla, que cruje.) Y lo que más me subleva es que se creen ustedes tiernas, sentimentales, capaces de amar de verdad...

ELENA. -Caballero, permítame...

SMIRNOV. -No, déjeme acabar. He sufrido lo que no es decible, por culpa de sus semejantes de usted, y sostengo que las mujeres; no son capaces de amar. Lo que llaman amor no es, en realidad, sino un engaño, una astucia de que se valen en su guerra contra los hombres, un timo. Mientras que el hombre sufre de veras y está dispuesto a todos los sacrificios, la mujer vierte lágrimas artificiales mirándose al espejo. Nos engaña, se ríe de nosotros. Usted, que es mujer -¡desgraciadamente para usted!-, dígame con franqueza si ha conocido alguna mujer sincera, fiel, constante. ¡No, no y no! Solo las feas y las viejas son fieles y constantes, porque no tienen más remedio. Es más fácil encontrar un gato con cuernos o un toro con seis patas que una mujer constante...

ELENA. -¿Y tendrá usted el valor de afirmar que los hombres lo son?

SMIRNOV. -¡Sí, señora! ¡Lo afirmo!

ELENA. (Con una risa amarga.)-¡Los hombres! ¿Afirma usted que los hombres son constantes en el amor? ¡Ja, ja, ja! ¡Qué disparate! ¡El mejor de los hombres que he conocido era mi difunto marido! Yo le amaba apasionadamente, con toda mi alma, con una ternura desbordante. Le había entregado mi juventud, mi vida, mi fortuna; era para mí un Dios, ante quien me inclinaba religiosamente... Y, sin embargo... el mejor de los hombres me engañaba, de una manera vergonzosa, a cada paso. Después de su muerte he encontrado en los cajones de su mesa una porción de cartas de mujeres... Me dejaba semanas enteras sola en casa, les hacía delante de mí el amor a otras, derrochaba mi patrimonio, se burlaba de mi cariño. Y a pesar de todo, yo le amaba y le era fiel. Más aun: sigo siéndole fiel ahora, después de su muerte. Me he enterrado para toda la vida entre estas cuatro paredes, y no me quitaré nunca el luto.

SMIRNOV. (Con una risa desdeñosa.)-¡No me venga usted a mí con lutos! ¿Se cree usted que me chupo el dedo? Bien sé por qué se enluta usted y por qué se entierra entre cuatro paredes; ¡es eso tan poético, tan novelesco!... Un tenientillo o un imbécil poeta melenudo, al pasar por delante de su balcón de usted, se dirá: «Aquí vive una criatura poética que se ha enterrado en vida voluntariamente.» ¡Pero yo conozco esos trucos!

ELENA. (Encolerizada.)-¿Cómo se atreve usted a decirme esas cosas?

SMIRNOV. -Sí, señora. Se ha enterrado usted viva, y, no obstante, no se ha olvidado de vestirse con elegancia ni de ponerse polvos.

ELENA. -¡Basta! ¡No tiene usted derecho a hablarme así!

SMIRNOV. -¡No me chille usted, que no soy su criado! Soy dueño de decir lo que pienso. No soy una mujer para ocultar la verdad, y le ruego que no me chille.

ELENA. -¡Si el que chilla es usted! ¡Quítese de mi vista!

SMIRNOV. -Págueme mi dinero, y me iré.

ELENA. -¡No le pago a usted!

SMIRNOV. -¿No me ha de pagar?

ELENA. -¡Ni un céntimo! ¿Lo oye usted? Dentro de un año recibirá usted su dinero, ni un día antes. ¡Váyase de mi casa!

SMIRNOV. -Señora, no tengo el honor de ser su marido de usted, ni su novio, y le suplico que no me arme escándalos. (Se sienta.) No me gustan los escándalos.

ELENA. (Ahogándose de cólera)-¿Se ha sentado usted?

SMIRNOV. -Sí, señora.

ELENA. -Le ruego que se vaya.

SMIRNOV. -Venga mi dinero.

ELENA. -¡No quiero discutir con un mal criado! ¿Se marcha usted? (Pausa.) ¿Se marcha?

SMIRNOV. -¡No!

ELENA- -¿No?

SMIRNOV. -¡No!

ELENA. -¡Muy bien! (Toca el timbre. Entra LUCAS.) Lucas, acompaña a este señor a la puerta.

LUCAS. (Acercándose a SMIRNOV.)-Señor, tenga usted la bondad... La señora lo manda...

SMIRNOV. (Levantándose bruscamente.)-¡Cállate, granuja! ¡Te voy a romper la cara! ¡Te voy a hacer picadillo!

LUCAS. (Aterrorizado, retrocediendo.)-¡Dios mío, qué hombre! ¡Es un verdadero bandido!

ELENA. -¡Dacha! ¿Dónde está Dacha? (Toca el timbre.) ¡Pelaguella!

LUCAS. -No hay nadie. Están todos en el bosque, cogiendo setas...

ELENA. -¡Lárguese!

SMIRNOV. -¿Quiere usted ser más cortés, señora? ¡Tanto luto y tan poca finura!

ELENA. (Apretando furiosa los puños y taconeando con cólera.)-¡Es usted un tío, una fiera, un oso!

SMIRNOV. -¿Cómo? ¿Qué dice usted?

ELENA. -Digo que es usted una fiera, un oso.

SMIRNOV. -¡Perdón, señora! No tiene usted derecho a insultarme.

ELENA. -¡Y se atreve a pedirme explicaciones! ¿Se cree usted quizás que le tengo miedo?

SMIRNOV. -¿Y se cree usted que por ser una criatura poética tiene derecho a insultarme? ¡Se equivoca usted! ¡La desafío!

LUCAS. -¡Dios mío, qué horror!

SMIRNOV. -¡Vamos a batirnos!

ELENA. -¿Piensa usted que me va a asustar con su fuerza y su cuello de buey? ¡Fiera! ¡Oso!

SMIRNOV. -¡A batirnos! No le permito a nadie que me insulte, y me importa un bledo que sea usted una mujer, una criatura poética.

ELENA. (Queriendo interrumpirle.)-¡Oso! ¡Oso! ¡Oso!

SMIRNOV. -Es un estúpido prejuicio el que sólo los hombres deban responder de sus insultos, y hay que acabar con él. Puesto que la mujer quiere tener los mismos derechos que el hombre, debe tener también las mismas obligaciones. ¡A batirnos!

ELENA -¿Quiere usted un duelo? ¡Aceptado!

SMIRNOV. -¡En seguida!

ELENA. -Sí, al punto. Mi marido dejó pistolas. Voy por ellas... (Sale presurosa, pero vuelve en seguida y se asoma a la puerta.) ¡Con qué placer le alojaré a usted una bala en la odiosa cabeza! ¡Que el diablo se le lleve a usted! (Se va.)

LUCAS. (De rodillas.)-¡Señor, tenga usted piedad de nosotros! Esa pobre mujer... un duelo... pistolas...

SMIRNOV. (Sin escucharle.)-¡Esta es la verdadera emancipación de la mujer, la verdadera igualdad de los sexos! ¡Quiero matarla nada más que para dar principio de una manera seria a la emancipación femenina!... (Pausa.) ¡Pero, demonio, qué mujer! (Imitando a Elena.) « ¡Con que placer le alojaré a usted una bala en la odiosa cabeza! ¡Que el diablo se le lleve a usted!» ¡Es magnífica la mujercita! ¡Y qué colorada se pone y cómo le brillan los ojos! ¡Y acepta el duelo! ¡Palabra de honor, en mi vida he visto una mujer así!

LUCAS. -¡Señor, se lo suplico, váyase! ¡Yo rogaré a Dios eternamente por usted!

SMIRNOV. (Sin hacerle caso.)-¡Canastos, que mujer! ¡Una mujer de veras, no un manojo de nervios perfumado, empolvado! ¡Fuego, dinamita, temperamento! ¡Sería una lástima matarla!

LUCAS. (Llorando.)-¡Señor, se lo ruego!...

SMIRNOV. -¡Decididamente, me gusta esta mujer! Es una cosa... (Hace gestos vagos.) Estoy dispuesto hasta a perdonarle la deuda... ¡Es una mujer admirable, canastos!



Escena cuarta
(ELENA, SMIRNOV y LUCAS.)

ELENA. (Entra con dos pistolas.)-Aquí están las pistolas... Pero antes de batirnos, haga usted el favor de enseñarme a usarlas. No he tenido nunca una pistola en la mano.

LUCAS. -¡Dios mío! ¡Virgen Santa! ¡Van a matarse de verdad! Corro a buscar al jardinero y al cochero... (Sale.)

SMIRNOV. (Examina las pistolas.)-Mire usted, señora... hay varias clases de pistolas. Las hay especiales para duelos..., de triple extracción, con un extractor, ¡magníficas! Lo menos cuestan veinte rublos... La pistola hay que cogerla así... (Aparte.) ¡Qué ojos! ¡Dios mío, qué ojos! Tan de fuego es la condenada, que puede provocar un incendio...

ELENA. -¿Así? (Coge la pistola.)
SMIRNOV. -Sí, eso es... Después se hace así.... más estirado el brazo... Apunta usted..., aprieta luego con el dedo esta piececita... Y se acabó. Eche usted un poco hacia atrás la cabeza... Así... Sobre todo, tenga usted calma, no se ponga nerviosa, no se precipite... Apúnteme al pecho... ¡Ah, se me olvidaba que quería usted alojarme la bala en la cabeza!... Bueno, apúnteme usted a la cabeza... un poco más abajo... así...

ELENA. -Bueno, ya sé. Pero no vamos a batirnos aquí. Vamos al jardín.

SMIRNOV. -Vamos; pero le advierto a usted que yo tiraré al aire.

ELENA. -¡Cómo! ¡De ningún modo! ¿Por qué?

SMIRNOV. -Porque..., porque..., en fin, es cuenta mía.

ELENA. -¡Tiene usted miedo, sencillamente! ¿Verdad? ¡Pero no se me escapará usted! ¡Al jardín! ¡Al jardín! No estaré tranquila hasta que le haya alojado una bala en la cabeza... ¡En esa cabeza que detesto! ¿Conque tiene usted ahora miedo?

SMIRNOV. -Sí, tengo miedo.

ELENA. -¡Mentira! ¿Por qué no quiere usted batirse?

SMIRNOV. -Porque... porque... me gusta usted.

ELENA. (Con risa sarcástica.)-¡Ja, ja, ja! ¡Le gusto! ¡Y se atreve a decirlo! (Señalando a la puerta.) ¡Ande!

(SMIRNOV deja la pistola sobre la mesa, coge el sombrero y se dirige a la puerta. Ambos se miran un instante en silencio.)

SMIRNOV. (Acercándose a ella vacilante.)-Oiga usted... ¿Está usted enfadada aún?... Yo también estoy hecho un demonio; pero... no sé cómo decirle a usted... es una cosa tan estúpida, que... (Empieza a gritar.) ¡Caracoles! ¿Qué culpa tengo yo de que usted me guste? (Aprieta con ambas manos rudamente el respaldo de la silla, que cruje.) ¡Qué sillas más flojas!... ¡Pues bien, sí, me gusta usted! Estoy casi... casi enamorado...

ELENA. -¡Váyase usted! ¡Le odio!

SMIRNOV. -¡Santo Dios, qué mujer! ¡No he visto nada parecido! ¡Estoy perdido sin remedio! ¡He caído en el lazo tendido por esta criatura poética!... ¡Qué idiota soy!

ELENA. -¡Váyase usted, o tiro!

SMIRNOV. -¡Tire usted! ¡Qué delicia morir bajo la mirada de esos ojos! ¡Qué placer ser herido por una bala disparada por esas manos adorables!... ¡Decididamente, me vuelvo loco! ¿Quiere usted ser mi mujer? Piénselo y contésteme. Si no, me voy y no nos volvemos a ver. Contésteme. Soy un caballero, tengo diez mil rublos de renta, magníficos caballos, un pulso soberbio como tirador... ¿Quiere usted ser mi mujer?

ELENA. (Indignada, agita la pistola.)-¡No, no, vamos a batirnos! ¡Al jardín, al jardín!
SMIRNOV. -¡Me vuelvo loco! ¡Soy un idiota!

ELENA. -¡Vamos a batirnos!

SMIRNOV. -¡Sí, estoy loco! ¡Me he enamorado como un colegial, como un poeta! (Le coge la mano a Elena, que lanza un grito de dolor.) ¡La amo a usted! (Cae de rodillas ante ella.) ¡La amo a usted como no he amado nunca! ¡He abandonado a doce mujeres, nueve mujeres me han abandonado a mí; pero a ninguna de las veintiuna la he amado como a usted! Heme, de pronto, convertido en un hombre sentimental, romántico, poético... en un imbécil... Como un tonto, de hinojos a sus plantas de usted, le pido la mano. ¡Qué vergüenza, Dios mío! ¡No me lo perdonaré nunca! Hacía cinco años que no me enamoraba, y de pronto... Diga usted: ¿sí?, o ¿no? ¿No quiere usted? ¡Qué vamos a hacerle! (Se dirige rápidamente a la puerta.)

ELENA. -Espere usted...

SMIRNOV. (Deteniéndose.)-¿Qué?

ELENA. -Nada. Váyase... o no, espere... ¡No, no, váyase! Le detesto... Oiga, oiga... ¡Si supiera qué furiosa estoy! (Tira la pistola sobre la mesa.) ¿Qué hace usted ahí aún? ¡Váyase!

SMIRNOV. -¡Adiós!

ELENA. -Sí, sí, váyase. Escuche... No, no, no quiero verle más... ¡Estoy furiosa! ¡No se acerque a mí!

SMIRNOV. (Acercándose a ella.)-¡Soy un idiota! ¡Estoy conduciéndome como un colegial! (Groseramente.) Oiga, señora: ¡la amo a usted, qué demonios! Mañana he de pagar al Banco, las faenas del campo me esperan, y me enamoro de repente como un tonto... (La coge por el talle.)

ELENA. -¡Las manos, quietas! ¡Le detesto a usted! ¡Le detesto! ¡A batir...! (Un beso le cierra la boca.)

(En este momento aparecen en la puerta LUCAS, el jardinero, el cochero, la cocinera, asustadísimos y armados de pértigas, azadas y garrotes. Al ver a la señora Popova en los brazos de Smirnov, detiénense, llenos de asombro.)

ELENA IVANOVNA. (Volviéndose hacia ellos, sonriente y confusa)-Retiraos, amigos míos... Ya no os necesito... Este señor y yo nos hemos entendido. (Telón.)


FIN